A escasos 14 kilómetros de distancia, Marruecos se alza majestuoso al otro lado de las inquietas aguas del Estrecho. En aquellos días donde el cielo se tiñe de azul profundo y la atmósfera se despeja, es posible divisar sus costas con una claridad sorprendente, como un espejismo tangible que invita al descubrimiento.
Este país, tan cercano y a la vez tan distinto, es una puerta abierta a un universo vibrante de colores, sonidos y aromas. Sus mezquitas, con sus altos minaretes que se recortan contra el cielo, retumban con las llamadas a la oración que evocan siglos de devoción y tradición.
Tánger, Casablanca o Marrakech. Estas tres ciudades no son sólo geografías, son evocaciones, melodías que al ser pronunciadas despiertan en los viajeros más experimentados una cascada de sensaciones. Es como si con solo mencionarlas, el aire se impregnara del aroma de especias como el comino, la canela y el azafrán.
Al adentrarse en Marruecos, uno pronto descubre que su esencia palpita en cada rincón. Los mercados y zocos, que se despliegan en laberintos de calles estrechas y bulliciosas, son verdaderos tesoros donde se pueden encontrar alfombras tejidas con intrincados diseños, artículos de madera tallados con maestría, joyas que reflejan la herencia bereber, y lámparas de metal que, al encenderse, proyectan patrones mágicos en las paredes.
Marruecos y nuestro hotel
En nuestro Hotel nos gusta cuidar todos los detalles, por ello hemos querido mantener viva esa influencia árabe dando pequeñas pinceladas en la decoración de nuestras instalaciones.
Cojines, espejos, doseles, azulejos y elementos de forja mantienen así viva la esencia de nuestras raices.